MOMENTOS OLÉ

Halloween, una extraña fiesta

Quizás la palabra Samhain no te diga demasiado, pero si hablamos de “Fiesta de los muertos”, seguramente te suene más. Se trata de la festividad en honor al fin del verano- que es lo que el término significa literalmente- y que se celebra para dar comienzo al año nuevo celta, que coincide con el solsticio de otoño. Una fiesta que tiene 3.000 años de antigüedad y que, tras la llegada del cristianismo, hoy se celebra en muchos puntos del planeta bajo el nombre de Halloween con matices bastante diferentes a los que tenía en origen.

El Samhain representaba el momento del año en el que los antiguos celtas almacenaban provisiones para el invierno y sacrificaban animales. Finalizaba el tiempo de las cosechas y a partir de entonces los días se acortaban y las noches se volvían más largas. Los celtas creían que en esta noche los espíritus de los muertos volvían a visitar el mundo de los mortales. Por ello, para recibir a sus muertos con todos los honores, depositaban comida y dulces fuera de sus casas encendiendo velas para ayudarles a encontrar el camino hacia la luz y descansar junto al dios Sol en las Tierras del Verano.
Por su parte, los antiguos registros de la época romana recogen que las tribus asentadas en las actuales Alemania y Francia se colocaban pieles y cabezas de animales y se pintaban las caras de negro para contactar con los muertos, mientras que el líder de los desfiles de Samhain se vestía con una sábana blanca portando una cabeza de madera o un cráneo de caballo decorado.

Tendrían que pasar varios siglos para que las linternas de calabaza típicas de Halloween adornasen las calles y los hogares. Concretamente fue a mediados del siglo XVIII, con la llegada de emigrantes irlandeses a Norteamérica, lo que favoreció la mezcolanza de su cultura, folclore, tradiciones y, cómo no, su noche de Samhain, con otras creencias indias.
Hay que remontarse a una vieja leyenda irlandesa que tiene como protagonista a Jack O`Lantern, un pícaro herrero que fue a emborracharse con el diablo, al que trató de convencer para que se convirtiera en una moneda y evitar así tener que pagar dinero. Tras conseguirlo, se guardó al diablo ya transformado en moneda en su bolsillo junto a una cruz de plata que impedía a éste volver a su forma original, prometiéndole que lo liberaría siempre y cuando no le molestara durante un año y bajo la condición de que, si moría, el diablo no se llevara su alma.
Sin embargo, tiempo después éste engañó al diablo pidiéndole que cogiera una fruta de un árbol y, mientras se hallaba subido en una rama, el hombre aprovechó para tallar una cruz en el tronco consiguiendo así disfrutar de 10 años más de vida sin el diablo.

La cosa se complicó cuando, llegada la hora de su muerte y al no poder ir al cielo, hubo de vagar por la Tierra con un carbón encendido dentro de un nabo a modo de farol siendo conocido como Jack el de la Linterna.
Basándose en esta historia, los irlandeses empezaron a tallar caras aterradoras en nabos, remolachas y patatas (hoy calabazas) para ahuyentar a Jack y a los demás espíritus nocturnos. Y así hasta nuestros días, en los que la tradición se ha convertido en la ocasión perfecta para que los más pequeños disfruten pidiendo truco o trato por las casas y los mayores, por qué no, nos contagiemos de ese espíritu de fiesta animándonos también a caracterizarnos por una noche del personaje de terror que se nos antoje.